Dice la historia que en  las  inmediaciones de Caldes de Montbui,  había  una  masía  llamada  el  Farell,  en  la  que  habitaba  un gigante  de singulares proporciones. Entregado a las labores del campo, exhibía  una  gran fuerza y todos en la zona le conocían por el nombre de “Farellás”. Y como quiera que en toda  leyenda siempre  hay “un buen día” este no se hizo esperar. Y fue así que un buen día otro gigante que andaba  de paso, asombrado por la fortaleza física del bueno de farellás, le propuso viajar  hasta  Barcelona a fin de rescatar a la bella Gisla cautiva de un gigante moro. 


   




     El gigante payés aceptó el reto  en un  gesto  que  todavía le honra y  por el camino  tomó  un  pino  de  un  frondoso bosque  para  emplearlo como bastón y también    para   saltar   la  muralla   que rodeaba  Barcelona por aquel  entonces. En  resumidas  cuentas,  el   bueno   de Farellás  resultó  vencedor  y  por  haber llegado a la ciudad condal en  compañía de la conífera, adoptaría en  lo  sucesivo el nombre  del  “Gegant del Pi” que, a su vez,   da   título   a   la   canción  popular catalana que todos conocemos.
   
      Acabado con su cometido, nuestro gigante tomó el camino de regreso a casa, pero como quiera que estaba exhausto, poco antes de llegar decidió tenderse a descansar para reanudar la marcha más tarde. Sucedió, que mientras el ahora Gegant de Pi dormía bajo un árbol, le sorprendió un inmenso aguacero acompañado de granizo que cubrió el cuerpo del gigante en toda su extensión. Se dice que nunca más despertó, pero sobre él se formó la montaña que hoy conocemos como Farell.
   
     ¡Pobre Farellás! sin duda no merecía dicho final pero de este modo la historia  adquirió  tintes un tanto más épicos que son en definitiva el camino más corto hacía la inmortalidad.
   
    En cualquier caso, las leyendas, leyendas son  y  todo lugar que se precie dispone de las suyas propias. Aquí no   aparecen   dragones,  ni  caballeros,  ni   tampoco princesas… sólo gigantes  que bailan alegremente por el camino y  nos contagian a todos con su dicha. Pero tras   este  breve   paréntesis folklórico-popular    que nos    ayuda     a    esclarecer   aspectos   toponímicos    y etimológicos,   cabe  decir,  que  si  observamos   la montaña  desde   la distancia se aprecia claramente la  silueta    de   un    gigante   yaciente   en    cuyo    pecho  descansa    la    masía    que   nos  ocupa:  Mas Farell, un ramillete  de  flores  depositado  sólo  allí  donde a  los justos se les desea el sueño eterno, o  si   se  prefiere; un gigante arquitectónico de mil años de edad.